Martes 1ro de septiembre de 2009 por CEPRID
La amplia experiencia adquirida en Argentina después de trece años de
imposición del cultivo de soja transgénica resistente al glifosato dan la
oportunidad al resto del mundo de aprender la lección y no repetir los errores
ni permitir las imposiciones que hicieron posible que Argentina se convirtiera
en apenas una década en una “republiqueta sojera”.
En 1996 y de manera absolutamente solapada y antidemocrática se permitió
la introducción de la soja transgénica de Monsanto en nuestros campos. Sin
estudios de impacto ambiental independientes, sin ningún tipo de consulta
pública, sin ninguna discusión parlamentaria ni legislación que la avale. Una
simple disposición de la Secretaría de Agricultura creó en 1991 la Comisión
Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria (Conabia) que a partir de allí y
con amplia participación de las corporaciones “asesoró” a la secretaría sobre
la aprobación de OGM.
Ahora, mes con mes, vivimos en Argentina la emergencia de un nuevo
problema socioambiental debido a la invasión territorial producida por la
imposición del monocultivo de soja transgénica de mano de Monsanto y de un
puñado de terratenientes y asociaciones empresariales de siembra.
Los impactos de las fumigaciones, el desmonte, el desplazamiento de
campesinos, la falta de alimentos, las inundaciones y sequías, las nuevas enfermedades,
son moneda corriente en las noticias pero solamente desde algunos medios
alternativos aparece relacionada con la “sojización”.
Todo esto viene de la mano de la instalación de una visión fragmentada
de los problemas en que se ocultan las causas profundas de los mismos para
analizarlos o mostrarlos, muchas veces de manera sensacionalista, pero siempre
aislados y producidos casi como “fenómenos naturales”.
Por eso lo primero y fundamental es recuperar la mirada integral de la
problemática. Únicamente mirando y analizando la totalidad y la complejidad de
la situación se podrá llegar a alguna conclusión útil para avanzar en alguna
dirección y salir de la rueda destructiva en la que el modelo de
agronegocio-soja-transgénicos nos ha metido.
Después de trece años de expansión del cultivo de la soja transgénica en
Argentina las consecuencias socioambientales son una verdadera catástrofe.
Presentamos un breve repaso por los datos concretos que hablan de la tragedia
de la soja en el Cono Sur.
En Argentina se sembrarán en la próxima temporada 18 millones de
hectáreas de soja transgénica bajo la técnica de siembra directa.
Esta superficie representa más del 50% de la superficie agrícola del
país.
Prácticamente 100% de la soja que se cultivará es soja transgénica
resistente al herbicida glifosato (SOJA RR).
La SOJA RR es propiedad de Monsanto, la mayor empresa semillera del
mundo y también creadora del glifosato, el herbicida que se debe utilizar para
sembrar la SOJA RR. Monsanto controla 90% de las semillas transgénicas que se
comercializan a nivel mundial.
Monsanto declaró que las ganancias generales aumentaron un 44% en 2007
con respecto al año anterior y un 120% en el 2008 en relación con el 2007.
Este año se aplicarán más de 200 millones de litros de glifosato sobre
toda la superficie cultivada con soja en Argentina mientras en el año 1996 se
utilizaban 13 millones 900 mil litros.
El producto comercial cuyo principio activo es el glifosato (Roundup)
contiene además una serie de coadyuvantes que aumentan notablemente su
toxicidad, fundamentalmente el surfactante poea (polioxietil amina) cuya
toxicidad aguda es 3 a 5 veces mayor que la del glifosato.
Por supuesto que este uso intensivo de glifosato ya ha provocado el
surgimiento de muchísimas malezas resistentes al glifosato. Algunas de las ya
informadas son: Hybanthus parviflorus (Violetilla), Parietaria debilis (Yerba
Fresca), Viola arvensis (Violeta Silvestre), Petunia axillaris (Petunia),
Verbena litoralis (Verbena), Commelina erecta (Flor de Santa Lucía), Convulvulus
arvensis (Correhuela), Ipomoea purpurea (Bejuco), Iresine difusa (Iresine) y
recientemente el Sorghum halepense (Sorgo de alepo) que por ser una maleza muy
difícil de controlar ha despertado gran alarma.
Luego de pasar más de una década negando el surgimiento de malezas
resistentes, Monsanto a través de su vicepresidente admitió este hecho y
propuso una solución: reemplazar a toda la soja resistente al glifosato por una
nueva soja resistente a un nuevo herbicida: el dicamba —de hecho aún más tóxico
que el glifosato.
Además se utilizarán otros herbicidas y agrotóxicos para controlar
malezas y plagas del monocultivo de soja ya que la siembra directa requiere de
la aplicación de otros herbicidas antes de la siembra de la soja: entre 20 y 25
millones de litros de 2-4-D, otros seis millones de litros de atrazina y unos
seis millones de litros de endosulfán.
Esta lluvia de agrotóxicos produce tremendos impactos sobre la salud de
la población, animales domésticos, cultivos alimenticios y contamina suelos,
cursos de agua y el aire en toda la extensión del cultivo de soja. Suman
cientos los casos denunciados por distintas organizaciones e investigadores en
los cuales está perfectamente documentado el impacto de los agrotóxicos en las
comunidades y sus producciones.
La difusión pública de estas denuncias ha llevado a que recientemente la
Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas solicitara a la Corte Suprema
de Justicia de la Nación la prohibición de la fumigación con glifosato.
Este avance desenfrenado de la soja se ha producido a pesar de que según
recientes investigaciones de la Universidad de Kansas la soja rr produce entre
un 6 y un 10% menos que la soja convencional.
El monocultivo de soja repetido año tras años en los campos produce una
intensa degradación de los suelos con una pérdida de entre 19 y 30 toneladas de
suelo en función del manejo, la pendiente del suelo o el clima.
Cada cosecha de soja extrae año a año miles de toneladas de nutrientes
de nuestro suelo que se exportan. Sólo como ejemplo podemos citar que cada año
se van con la soja un millón de toneladas de nitrógeno y 160 mil toneladas de
fósforo. También cada cosecha de soja que se exporta se lleva unos 42500
millones de metros cúbicos de agua cada año (datos de la temporada 2004/2005) correspondiendo
28190 millones a la pampa húmeda.
Cada año se deforestan en Argentina más de 200 mil hectáreas de monte
nativo por el avance de la frontera agrícola debido fundamentalmente a la
expansión del monocultivo de soja. Considerando que cada 500 hectáreas de soja
requieren de un trabajador rural es evidente la expulsión de trabajadores
rurales y campesinos de los territorios
donde se cultiva.
Los grandes productores sojeros están obteniendo ganancias
extraordinarias. El Grupo Los Grobo que declara cultivar 150 mil hectáreas en
Argentina y en todo el Cono Sur (Paraguay, Brasil y Uruguay) apuesta a
controlar 750 mil hectáreas.
El modelo sojero produce una enorme concentración de la tierra en pocas
manos ya sea por la adquisición de la tierra por grandes productores o por su
arrendamiento por los “Pooles de Siembra”. Como consecuencia en los últimos 10
años se han perdido más del 20% de los establecimientos productivos.
La obvia consecuencia de esta concentración es que ha disminuido de
manera dramática la producción de alimentos básicos para nuestro pueblo. Por
citar sólo un ejemplo: el número de explotaciones lácteas disminuyó 50 por
ciento entre 1988 y 2003, pasando de 30 mil a 15 mil.
En el caso del algodón su producción disminuyó en un 40% en la provincia
de Chaco y un 78% en la provincia de Formosa como consecuencia del avance de la
soja.
Miles de campesinos son expulsados violentamente de sus tierras para
imponer este modelo y son criminalizados por resistir los desalojos y el avance
de la soja. El Mocase-vc y el Movimiento Nacional Campesino Indígena
permanentemente denuncian la persecución de campesinos del movimiento a causa
de resistir la expulsión de sus tierras en forma violenta para imponer el
cultivo de soja.
Finalmente es fundamental tener presente que la introducción de la soja
transgénica en Argentina fue el mecanismo elegido por Monsanto para inundar de
transgénicos el Cono Sur ya que fue desde Argentina desde donde se comercializó
de manera ilegal la soja transgénica a Brasil, Paraguay y Bolivia (países en
los que el cultivo de los transgénicos estaba prohibido), inundando estos
países de transgénicos e imponiendo así, a partir de la contaminación, la
República Unida de la Soja que poco tiempo después publicitaba Syngenta.
¿Quién gobierna la República Unida de la Soja?
Los tibios intentos de las frágiles democracias latinoamericanas por
poner algún límite al poder económico dominante generado por dos décadas de
globalización y neoliberalización económica han encontrado en los últimos meses
un topetazo contundente en la perversa alianza de grandes terratenientes con
las corporaciones del agronegocio que están actuando de manera brutal en todos
los países del Cono Sur.
No se trata aquí de hacer un juicio sobre los gobiernos democráticos de
la región, ni de evaluar su capacidad de transformación de la realidad o su
compromiso con los pueblos latinoamericanos. Dejamos esto para los pueblos que
desde sus propios procesos van respondiendo y creando espacios para responder y
construir nuevas realidades. Sin embargo creemos que no es posible pasar por
alto algunos hechos, unos notoriamente públicos y otros que apenas ocupan
algunas columnas en los medios; todos aparentemente desconectados entre sí pero
profundamente ligados en una raíz común que es la de someter a los pueblos,
controlar su agricultura y su alimentación ocupando y destruyendo sus
territorios.
Un hilo común atraviesa todas estas noticias y se fortalece como
metáfora aleccionadora de las pretensiones de estos sectores: la soja [soya] transgénica
y su invasión de territorios en el Cono Sur intenta ser, de hecho, la
“República Unida de la Soja”.
Así, el lock-out patronal de los terratenientes sojeros de la Argentina
que ocurrió en 2008 mostró la senda de lo que luego en Bolivia se convirtió en
una feroz agresión cargada de odio, desprecio por la vida humana y racismo
contra los pueblos originarios.
Allí aparece en escena como uno de los principales dirigentes de la
“Media Luna” el presidente del Comité Cívico pro Santa Cruz, Branco Marinkovic,
que “casualmente” resulta ser uno de los grandes productores de soja de la
región.
En los días de pleno recambio democrático que llenó de esperanzas al
pueblo paraguayo, el país se vio también brutalmente conmocionado por la
represión contra campesinos que incluso llevó a la muerte al campesino
Bienvenido Melgarejo y con los grandes terratenientes anunciando que van a
recurrir a las armas para defender sus latifundios.
En Uruguay y en medio de suaves presiones gubernamentales para
establecer restricciones sobre el incremento de las áreas para el cultivo de
soja con la creación de un Plan de Producción Agrícola también los grandes
sojeros hicieron oír su voz y sembraron de amenazas los grandes medios.
Desde sus autoridades, Brasil ya se rindió a los transgénicos y ha
convertido a la ctnBio en una puerta de aprobación automática de todo los que
las corporaciones desean.
Uruguay levantó la moratoria a la aprobación de nuevos transgénicos y
abrió así las puertas para el ingreso de las “nuevas” mercancías transgénicas
de Monsanto. No es casual que la soja transgénica aparezca en muchas noticias:
es simplemente un instrumento del control corporativo de la agricultura y el
control territorial que llega de la mano de las agroempresas y sus patrones,
los grandes productores y las corporaciones transnacionales.
Por supuesto que cada uno de estos actores tiene mecanismos de acción
diferenciados: las corporaciones permanecen silenciosas y hacen sus negocios
mientras invierten enormes sumas en publicidad en los medios masivos de
comunicación de manera de tenerlos siempre a su favor y que nunca se publiquen
en ellos los cuestionamientos públicos que reciben. También son quienes logran
los apoyos de Estados Unidos en aquellos casos en que se necesita la
intervención política directa o bajo las sombras.
En cambio, los grandes productores sojeros son los que hacen el trabajo
sucio con distinto grado de brutalidad, pero siempre brutalmente demuestran su
desprecio por la vida y la dignidad humana para consagrarse al único dios que
conocen: el Dios Dinero. Entonces ellos sí pueden cortar rutas, desabastecer
ciudades, asesinar campesinos o dividir un país.
La República Unida de la Soja permanece con sus murallas altas y su
reino de especulación y muerte en el poder. Puede ser que detrás de la caída
del muro financiero del capitalismo global también empiecen a caer las murallas
de esta República. Los pueblos están listos para seguir haciéndose cargo de sus
vidas y su alimentación.
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